lunes, 15 de julio de 2013

90 minutos....

El otro día un grupo de amigos me reclamaba que volviese a escribir. Dicen ellos que se ríen mucho con mis notas de color y que cuando no publico, terminan leyendo material de segunda.

La verdad, es que como todo en la vida, para poder escribir, primero hay que leer. Es como un orden natural. Salvo que puedas generar historias de la nada, la inspiración surge muchas veces de leer primero a otros. No tanto de plagiar sino imaginar a partir de la imaginación de los demás.

Y para poder leer, necesito tiempo, algo que no tengo muy a menudo porque vivimos a en un mundo terriblemente contaminado de urgencias. De hecho, si es cierto que uno siempre desea lo que no tiene, mi sueñõ hoy es irme a vivir a un pueblo en el medio de la nada, donde pueda cosechar algunos vegetales y echarme a leer. Sería como el retiro previo a mi reencarnación en un escritor serial.

En cualquier caso, de la falta de tiempo también pueden nacer ideas que llenen las hojas en blanco de mi blog. Eso exactamente es lo que aconteció el miércoles próximo pasado, cuando que perdí 90 minutos de mi vida haciendo la cola en un service para retirar un equipo que nunca apareció.

Definitivamente cualquier persona en su sano juicio diría que esos 90 minutos no valen nada. Hasta incluso la empresa de servicio técnico podría resarcirme pagándome 3 veces lo que cobro hoy por 90 minutos de mi trabajo y seguirían siendo tan solo unas pocas monedas.

Y sin embargo a mi, esos 90 minutos, me costaron mucho. Son los 90 minutos que perdí en hacer una diferencia para alguien. O en un pensamiento más egoista, 90 minutos en los que pude haber disfrutado del afecto de mis hijos que están de vacaciones. o de sentarme a leer el nuevo libro de la travesía de Magallanes que me acaban de regalar.

Y me los consumí inútilmente haciendo una cola y protestando frente a un cajero sin respuestas que solo atinó a decir: "consiga su ticket y vuelva mañana". Si, claro. para seguir regalando otros 90 minutos de mi tiempo. Mejor no.

Pero es mucho más que eso.  Esos 90 minutos que desperdicié en esa inútil tarea, huyeron de mi para siempre. Porque esos 90 minutos que malgasté y que hoy valen casi nada, en algún momento de mi vida van a ser todo lo que voy a tener.

Cuando tenga noventa y muchos años, 90 minutos van a ser infinitamente valiosos, porque tal vez sean todo lo que me quede de vida. Y entonces voy a atesorar cada minuto como si fuera un año y no los voy a andar regalando por ahí. Porque en mi humilde opinión, nadie te regala un día de su vida. Ni pensar en un año. O tal vez si, pero no para hacer una cola en un service.

Lo bueno de esto es que de ahora en más y hasta el día que me muera, voy a dejar de ir por el mundo quemando 90 minutos mientras observo como se acumulan las cenizas, toda vez que su valor se vuelve infinito al final de la curva de los años.

Y es así como cierro el círculo de lo maravillosa que me parece la vida. Si esos 90 minutos que aparentemente perdí me sirvieron para darme cuenta de lo futil de mi existencia, tal vez en el fondo lo único que hice fue perderlos hoy que valen muy poco para ganarlos mañana donde van a valer mucho más. Si fue así, no estuvo tan mal la cosa.

 Suficiente por ahora. Disfrutando de una rica porción de mi postre favorito, me retiro a planificar como utilizar mejor todos esos 90 minutos que me quedan desde este momento hasta el final de mi existencia.