viernes, 23 de agosto de 2013

Mitos Urbanos

Desempleado como estoy, salí a dar una vuelta por el barrio de toda mi vida, camino a encontrarme con una ex compañera de facultad para conversar sobre el mercado laboral y nuestra realidad.

Es increíble, pero durante muchos años lo que yo conocía como mi barrio no eran más que unas pocas cuadras. Limitaba hacia el norte con la avenida Juramento y hacia el oeste con Cabildo, ninguna de las cuales podía cruzar solo.

Vale decir, el cruce de Cabildo y Juramento era un vértice al que podía llegar solo para ver las otras 3 esquinas y su continuación. El otro vértice sobre Cabildo me lo daba la avenida Federico Lacroze y hacia el este, cerraba con Luis María Campos.

Así que hasta los 12 o 13 años vivía en esas manzanas a las que consideraba barrio, siendo el resto del mundo todo lo que quedaba fuera, a lo que solo accedía cuando mis padres me llevaban en auto a algún lugar.

Y aún en ese espacio tan limitado ya existían los mitos urbanos. El primero hacía referencia a una casa abandonada que estaba a una cuadra de mi colegio, sobre la calle 11 de Septiembre. Que había una bruja, que era una casa con fantasmas y algunas otras cosas por el estilo, dicha casa era solo visitada por algunos compañeros amigos de las películas de terror que volvían siempre con historias que amplificaban lo que todos suponíamos y contribuían a la construcción del "El Mito".

Pero no era el único. Al menos no el que más me aterraba. Sobre la calle Virrey del Pino, en la esquina con Arribeños, estaba la embajada de Cuba. Esa embajada lindaba directamente con la casa de mi tío sobre Arribeños y el departamento de mi abuela en Virrey del Pino.

Tenía estrictamente prohibido pasar por la puerta de dicha embajada. De hecho si quería ir del departamento de mi abuela a la casa de mi tío, me daba mejor dar la vuelta a la manzana recorriendo 300 mts. en vez de los 50 que haría cualquier persona normal. ¿El motivo? Otro mito: que en la embajada de Cuba robaban niños a los que enviaban sin más a la isla de Fidel. Perdían para siempre el contacto con sus padres y familiares.

Me resultaba sospechoso que ninguno de mis primos haya jamás desaparecido y recuerdo haberlo planteado como argumento en alguna ocasión. La respuesta fue letal: "no serán tan apetecibles como vos, pero hace lo que quieras".

Hacé lo que quieras era todo lo que necesitaban en mi casa para que no hiciera lo que quería. Ni cruzaba Cabildo y Juramento ni pasaba en frente de la embajada de Cuba. Un mundo perfecto de 7 manzanas que me contuvieron hasta que empecé a hacer lo que quise.

Hay mucho de eso en este país en este momento. Una serie de personas diciendo que cosas no tenemos que hacer o lo que es peor, diciéndonos que cosas tenemos que hacer mientras ellos hacen lo contrario y un temor generalizado a salir de un lugar determinado, no porque esté bueno, sino porque lo otro es peor.

Tomalo de alguien que estuvo 2 años en Boston y otros 2 en Alemania: esto es mucho peor. Como la zorra de la fábula de Esopo, nos conformamos con no comer las uvas porque están verdes. La realidad no es esa y solo hay que salir un rato del país para comprenderlo. Son justamente los que no quieren que la cosa cambie porque se benefician con el status quo los que nos prohiben cambiar. No deja de ser un mito urbano.

No son en cambio mitos la inflación, la inseguridad ni la corrupción. Están ahí, aparezcan o no en las tapas de los diarios. Lo niegue quién lo niegue.

Había un tercer mito: comer y no convidar te hacía crecer un sapo en la barriga. Espero que no se cumpla, porque yo voy por una porción de batata y queso y no pienso compartir. O bueno, tal vez si. No sea cosa que me crezca un sapo.


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