Hace un par de meses un gran amigo me relató que acababa de leer un libro sobre los alimentos actuales y acerca de cómo, en la opinión de la autora, nos estábamos alimentando a base de hormonas y esteroides.
Según esta investigación, lo que estamos consumiendo no son más pollos, vacas o peces, sino una serie de clones de los mismos, criados en forma industrial para que las empresas productoras aumenten su rentabilidad.
Algo de esto ya lo había discutido hace 20 años en una clase de filosofía, donde se me intento introducir la idea de que las cosas no son sino una representación de la realidad en la cuál convenimos todos los normales. Así por ejemplo, la mesa desde la que escribo estás líneas es una mesa solo porque todos entendemos el concepto mesa. Sin ese entendimiento, la mesa no sería nada.
Para alguien tan concreto como quién suscribe estas líneas, toda aquella abstracción no es sino una pérdida de tiempo. No me permito dudar sobre ciertas cosas: son en tanto y en cuanto las percibo con mis sentidos. Es decir, me valgo de mis sentidos para permitirme separar objetos reales de imaginarios.
Puesto a pensar ahora en un pollo, la cosa se me hace más difícil. Porque el pollo está allí, lo veo y hasta cacarea como el mismo gallo que estaba en el campo donde pasé buena parte de mi infancia. Si a raíz de las vacunas, las hormonas y los alimentos balanceados el interior del mismo hace que ya no sea sino un nuevo animal al que todos convinimos en llamar pollo no me alcanzarían mis sentidos para distinguirlo. Tal vez en el sabor, pero aún ahí seguramente alguien le ponga sabor a pollo antiguo para engañar mi paladar, de forma que el nuevo plastipollo sea igual al pollo de mi niñez.
Así las cosas, hay que cerrar los ojos y aceptar que sigue siendo un pollo o morir en la negación y empezar a consumir solamente aquellas cosas de las que podemos dar cuenta de su origen. Muy romántico y demasiado utópico aunque el sueño de retirarme a una granja y vivir solamente de lo que allí produzca me sigue resultando altamente atractivo.
Con este 24 de Marzo me pasa algo parecido. No es un día de la memoria sino una parodia porque solo se recuerda una parte completamente editada de la realidad. Podemos cerrar los ojos y pensar que tenemos la democracia con la que siempre soñamos ignorando el altísimo costo que se paga por ello o podemos abrirlos y demandar que realmente nos den los que nos tienen que dar: un estado de derecho real en el que haya justicia, igualdad ante la ley y castigo para los verdaderos culpables.
Seguir viviendo con los ojos cerrados, permitiendo que un grupo de poder de dudosa constitución juzgue a unos e indemnice a otros, transformando en víctimas a victimarios, no nos va a permitir nunca disfrutar de una verdadera democracia. Y para cosas falsas que parodian la realidad, ya tenemos los pollos, los peces y las vacas.
Solo espero que reflexionemos y podamos entender que sin justicia no hay república. Y sin república, no hay nada. Ni siquiera en el caso en el que todos nos pongamos de acuerdo y convengamos que si se llama república a un estado sin justicia.
Hasta ese momento, los espero disfrutando de una porción de mi postre favorito: un buen pedazo de queso fresco de granja y dulce de batata casero. Para imitaciones, tengo el barrio chino a pocas cuadras de mi casa.
