jueves, 27 de junio de 2013

Mis encuentros con Dios...

Cada día que pasa estoy más convencido de que la vida es un juego. Hoy justo estuve en una charla donde se planteó la insignificancia del hombre, o mejor aún la pequeñez de todo respecto del universo.

Ese punto que se ve en la foto es la tierra visto desde 6,000 km de distancia. Desde ese lugar nos damos cuenta que no somos nada, que todo es absolutamente pasajero y que no vale la pena hacerse mucho drama, porque el problema más grande que tenemos es del tamaño del átomo de un grano de arena.

Y si la cosa es así, la vida es un juego. Un juego donde cada uno tiene una misión, un objetivo, una  razón de ser. No existe la casualidad, sino la causalidad. Desde niños, nos juntamos con aquellos que entendemos nos van a ayudar a cumplir nuestra misión y nos enfrentamos a aquellos que tienen misiones contrapuestas a las nuestras.

No se si hay mejor o peor. En todo caso, en función de las cartas que recibimos al empezar el juego nos parecerá mal aquello que nos es ajeno y que se opone a nuestro objetivo. Tal vez el día del juicio final, en el que si creo, aquellos que eran nuestros peores enemigos sean salvados, en tanto y en cuanto cumplieron su objetivo y aquellos que nos sentíamos seguros por haber seguido las reglas, nos encontremos en una posición más incómoda.

Porque el juego de la vida no es el de pasar solo siguiendo las reglas. Se trata de cumplir los objetivos que nos entregaron al empezar el juego. Si no los cumplimos, la buena conducta por si sola no nos va a salvar. Es más, hasta llego a pensar que aquellos que se portan mal tienen esa misión en la vida. Si no lo hicieran no estarían cumpliendo su objetivo y no tendrían razón de ser.

Hay otra cosa que tampoco podemos hacer: sentarnos a jugar con las cartas de los demás. Se nos dieron ciertas cartas. Pretender jugar con las cartas del vecino solo porque nos gusta más su vida que las que nos tocó en suerte supone la eliminación de nuestra existencia. No podemos vivir una vida distinta que la que nos toca: es como perder el objetivo.

Tenemos que jugar con las cartas que nos tocaron y tenemos que cumplir los objetivos que tenemos que cumplir. No hacerlo supone no alcanzar la satisfacción personal y no contribuir a la existencia del mundo. Y no debe haber nada peor que una vida desperdiciada.

Pensalo: tu vida vale mucho. Estamos para hacer una diferencia. Tenemos que dejar nuestra marca, sin perder la perspectiva de que todo lo que hagamos tiene el tamaño de un micrón. Pero toda la materia se compone de millones de micrones y nosotros somos parte de esa construcción. Tenemos que aportar lo nuestro por pequeño que parezca.

Yo por suerte ya descubrí cuál es mi objetivo en esta tierra: comer a diario una porción de batata y queso. Y postear notas de este estilo para patear conciencias y ayudar a mejorar el mundo. O al menos  a hacer más llevadera nuestra ínfima realidad de todos los días. Hasta la próxima.

PS: gracias a Emiliano Kargieman por ayudarme a pensar.


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