En mi posteo anterior, contaba de mi fascinación por la literatura infantil. Fui un lector voraz de niño, cuando supe tener tiempo para leer. Hoy la tecnología y la velocidad de la vida misma me alejan un poco de la literatura, aunque cuando encuentro un buen libro que me atrapa no puedo parar de leerlo.
Pero volviendo a mi afición infantil, uno de los cuentos que más me gustaba era el del rey desnudo, aquel en el que el sastre vivo le vendía una tela invisible cobrando por ello como si fuera la mejor seda del mundo. Y me gustaba porque tenía por un lado la victoria épica del pobre sobre el rico pero más que nada porque me llamaba mucho la atención que nadie le pudiese decir al rey que estaba desnudo.
Tan solo un niño, que era claramente con quién yo me identificaba, fue capaz de decirle al rey que estaba desnudo mientras todos los demás le mandaban callar porque desnudo o no, el rey era el rey y poco importaba ya más nada.
Desde este espacio, siempre me apunté en la misma dirección: esto nunca fue un modelo, el crecimiento a tasas chinas no existió y lo único que realmente tenemos es un grupo de acomodados que jamás le pudo decir a la reina lo que ya todos sabíamos: estaba desnuda. Estamos desnudos en realidad.
Bien podría quedarme entonces celebrando que al final yo tenía razón y que todos los que me mandaron callar citando cifras inventadas para convalidar la autosatisfacción de los mediocres no pueden ahora levantar la mirada. Es sin embargo una victoría muy corta, porque hundir nos hundiremos todos, los que dijimos que el rey estaba desnudo y los que optaron por callar a cambio de alguna migaja o hasta un buen pedazo de pan.
Solo resta esperar que esos mismos que hasta ahora venían negando lo evidente tengan la capacidad de recapacitar y acordar una salida elegante. Alguno tiene que decirle a la reina lo que ya todos sabemos.
No deja de ser curioso sin embargo que este gobierno tan afín a relatar la realidad y ajustar las reglas a su conveniencia encuentre su talón de aqulles en un juzgado de primera instancia de la ciudad de Nueva York. Ni Dante lo pudo haber pensado mejor.
Ahora si me disculpan, voy a aprovechar a ir al supermercado por un pedazo de Dulce de Batata y queso. Si me preguntan a mi, cambien sus monedas por bienes a la brevedad posible. La reina está desnuda y nadie se lo quiere decir...
lunes, 23 de junio de 2014
domingo, 8 de junio de 2014
Recordando el pasado para entender el presente
De regreso a la literatura chatarra, después de todo de esto se trata este blog, me vuelvo introspectivo casi psicoanalítico. Es el resultado de una visita al colegio donde di mis primeros pasos y en el que aprendí las primeras reglas de la vida.
Son justamente esas reglas y en muchos casos la ausencia de las mismas, las que sentaron las bases de mi integración social. Debería empezar en todo caso por explicar que toda la literatura infantil a la que tenía acceso estaba basada en historias de colegios ingleses pupilos e institutrices.
Era ese entonces el modelo en el que me reflejaba y no será difícil entonces comprender lo que puede sufrir un niño que se sueña en Inglaterra y se la pasa mirando a Europa al tratar de coexistir en un colegio local en los albores de la democracia. Decir duro es poco.
Yo más bien había desarrollado mi propio standard acerca de lo que estaba bien y lo que estaba mal y me manejaba conforme a esas reglas en una sociedad que premiaba otras cosas, casi opuestas a mi deber ser.
Así las cosas, me la pasé padeciendo, esperando que un día el búho de Harry Potter golpeara a mi ventana y me llevará allá a donde yo pertenecía. Y es justo ese punto el que creo pude terminar de entender en esta visita al colegio.
Connie comentó que un día, justo en el pasillo de la clase de sexto grado, una profesora la felicitó por ser una buena alumna y le regaló algo. A ese comentario, Mechi replicó: "eso a mi nunca me pasó" a lo que rápido de reflejos, pude preguntar: "que cosa nunca te pasó?". La respuesta fue precisa: "que alguien me felicite por haber hecho las cosas bien".
Ese solo comentario me retrotrajo directamente a mi maestra de tercero. A la salida de un recreo y por haber formado correctamente y ser un muy buen alumno, la Srta. Raquel me obsequió un pilón de figuritas "Chapitas", que eran la moneda de cambio de la época. El origen de esas figuritas no podía ser más oscuro: se las había quitado a todos los que en clase se habían portado mal.
Definitivamente ese regalo me hizo sentir muy bien, porque claro, iba en la dirección de mi escala de valores totalmente meritocrática y por supuesto hizo sentir bastante mal a los que les habían quitado las figuritas que veían con rencor como algo que antes les pertenecía ahora estaba en las manos de otra persona que solamente se había portado bien. Varios me lo hicieron saber de diversas maneras.
Es justamente en este punto donde hago la conexión con lo que me sucede ahora con el Kirchenrismo. Sigo esperando al mismo búho que me traiga mi invitación para salir de este fango, mientras sufro observando como el gobierno me saca lo que me pertenece (o en todo caso me pertenecería en una sociedad meritocrática) para distribuirlo malamente entre un grupo de incapaces.
Aclaro igual una cosa: la maestra le sacó a unos para darle a otro y no para repartirlo entre sus hijos o sobrinos. En el fondo una cosa es menos injusta que la otra. Es una función del gobierno la de tratar de distribuir mejor para que todos tengan, incluso si se les quita a los que tenían. No es precisamente lo que sucede acá, donde no solo no hay meritocracia alguna, sino que además los bienes se reparten entre un grupito de amigos que viven bien a costa de los demás, incluso de los que nada tienen.
Pero si querés te lo pongo así: me molesta definitivamente que la moneda no caiga de mi lado y siendo que soy un meritocrático con una escala de valores rígidos, no puedo relajarme para pertenecer al grupo de los que se benefician solo por aplaudir.
Y todo esto es la conclusión de una visita al colegio del que me despedí hace más de 25 años, porque terminé mis días de estudiante para bien de mi salud mental, en otro en el que al menos mis valores estaban más alineados con los de la institución.
Suficiente sicoanálisis por hoy. Necesito urgente una porción de mi postre favorito: una buena tajada de batata y queso. El postre favorito de los que somos vigilantes...y seguramente el que comían Percy y Henry en los orfanatos de Inglaterra.
Son justamente esas reglas y en muchos casos la ausencia de las mismas, las que sentaron las bases de mi integración social. Debería empezar en todo caso por explicar que toda la literatura infantil a la que tenía acceso estaba basada en historias de colegios ingleses pupilos e institutrices.
Era ese entonces el modelo en el que me reflejaba y no será difícil entonces comprender lo que puede sufrir un niño que se sueña en Inglaterra y se la pasa mirando a Europa al tratar de coexistir en un colegio local en los albores de la democracia. Decir duro es poco.
Yo más bien había desarrollado mi propio standard acerca de lo que estaba bien y lo que estaba mal y me manejaba conforme a esas reglas en una sociedad que premiaba otras cosas, casi opuestas a mi deber ser.
Así las cosas, me la pasé padeciendo, esperando que un día el búho de Harry Potter golpeara a mi ventana y me llevará allá a donde yo pertenecía. Y es justo ese punto el que creo pude terminar de entender en esta visita al colegio.
Connie comentó que un día, justo en el pasillo de la clase de sexto grado, una profesora la felicitó por ser una buena alumna y le regaló algo. A ese comentario, Mechi replicó: "eso a mi nunca me pasó" a lo que rápido de reflejos, pude preguntar: "que cosa nunca te pasó?". La respuesta fue precisa: "que alguien me felicite por haber hecho las cosas bien".
Ese solo comentario me retrotrajo directamente a mi maestra de tercero. A la salida de un recreo y por haber formado correctamente y ser un muy buen alumno, la Srta. Raquel me obsequió un pilón de figuritas "Chapitas", que eran la moneda de cambio de la época. El origen de esas figuritas no podía ser más oscuro: se las había quitado a todos los que en clase se habían portado mal.
Definitivamente ese regalo me hizo sentir muy bien, porque claro, iba en la dirección de mi escala de valores totalmente meritocrática y por supuesto hizo sentir bastante mal a los que les habían quitado las figuritas que veían con rencor como algo que antes les pertenecía ahora estaba en las manos de otra persona que solamente se había portado bien. Varios me lo hicieron saber de diversas maneras.
Es justamente en este punto donde hago la conexión con lo que me sucede ahora con el Kirchenrismo. Sigo esperando al mismo búho que me traiga mi invitación para salir de este fango, mientras sufro observando como el gobierno me saca lo que me pertenece (o en todo caso me pertenecería en una sociedad meritocrática) para distribuirlo malamente entre un grupo de incapaces.
Aclaro igual una cosa: la maestra le sacó a unos para darle a otro y no para repartirlo entre sus hijos o sobrinos. En el fondo una cosa es menos injusta que la otra. Es una función del gobierno la de tratar de distribuir mejor para que todos tengan, incluso si se les quita a los que tenían. No es precisamente lo que sucede acá, donde no solo no hay meritocracia alguna, sino que además los bienes se reparten entre un grupito de amigos que viven bien a costa de los demás, incluso de los que nada tienen.
Pero si querés te lo pongo así: me molesta definitivamente que la moneda no caiga de mi lado y siendo que soy un meritocrático con una escala de valores rígidos, no puedo relajarme para pertenecer al grupo de los que se benefician solo por aplaudir.
Y todo esto es la conclusión de una visita al colegio del que me despedí hace más de 25 años, porque terminé mis días de estudiante para bien de mi salud mental, en otro en el que al menos mis valores estaban más alineados con los de la institución.
Suficiente sicoanálisis por hoy. Necesito urgente una porción de mi postre favorito: una buena tajada de batata y queso. El postre favorito de los que somos vigilantes...y seguramente el que comían Percy y Henry en los orfanatos de Inglaterra.
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