En mi posteo anterior, contaba de mi fascinación por la literatura infantil. Fui un lector voraz de niño, cuando supe tener tiempo para leer. Hoy la tecnología y la velocidad de la vida misma me alejan un poco de la literatura, aunque cuando encuentro un buen libro que me atrapa no puedo parar de leerlo.
Pero volviendo a mi afición infantil, uno de los cuentos que más me gustaba era el del rey desnudo, aquel en el que el sastre vivo le vendía una tela invisible cobrando por ello como si fuera la mejor seda del mundo. Y me gustaba porque tenía por un lado la victoria épica del pobre sobre el rico pero más que nada porque me llamaba mucho la atención que nadie le pudiese decir al rey que estaba desnudo.
Tan solo un niño, que era claramente con quién yo me identificaba, fue capaz de decirle al rey que estaba desnudo mientras todos los demás le mandaban callar porque desnudo o no, el rey era el rey y poco importaba ya más nada.
Desde este espacio, siempre me apunté en la misma dirección: esto nunca fue un modelo, el crecimiento a tasas chinas no existió y lo único que realmente tenemos es un grupo de acomodados que jamás le pudo decir a la reina lo que ya todos sabíamos: estaba desnuda. Estamos desnudos en realidad.
Bien podría quedarme entonces celebrando que al final yo tenía razón y que todos los que me mandaron callar citando cifras inventadas para convalidar la autosatisfacción de los mediocres no pueden ahora levantar la mirada. Es sin embargo una victoría muy corta, porque hundir nos hundiremos todos, los que dijimos que el rey estaba desnudo y los que optaron por callar a cambio de alguna migaja o hasta un buen pedazo de pan.
Solo resta esperar que esos mismos que hasta ahora venían negando lo evidente tengan la capacidad de recapacitar y acordar una salida elegante. Alguno tiene que decirle a la reina lo que ya todos sabemos.
No deja de ser curioso sin embargo que este gobierno tan afín a relatar la realidad y ajustar las reglas a su conveniencia encuentre su talón de aqulles en un juzgado de primera instancia de la ciudad de Nueva York. Ni Dante lo pudo haber pensado mejor.
Ahora si me disculpan, voy a aprovechar a ir al supermercado por un pedazo de Dulce de Batata y queso. Si me preguntan a mi, cambien sus monedas por bienes a la brevedad posible. La reina está desnuda y nadie se lo quiere decir...

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